Oporto: calles, agua y viento.

Soy un pez, una pequeña sardina que se ha colado por las últimas aguas del Duero. No he podido evitar nadar río adentro, acompañado por los graciosos rabelos que transportan el preciado vino de Oporto. Entorpeciendo mi viaje encuentro barcos turísticos, bañistas y algún que otro pescador. Pero merece la pena.
Es inolvidable contemplar, desde estas frías aguas, el Barrio de la Ribera, con sus casas de estrechas y apiñadas fachadas de regusto inglés, pero indudable carácter portugués. Su popular Plaza de la Ribera es el marco perfecto para degustar una copita de buen vino, mientras músicos callejeros, mimos y demás artistas te regalan sus dones. Desde aquí es imposible no posar la vista en los grandes carteles que anuncian las mejores bodegas de Oporto, situadas en la orilla de Vila Nova de Gaia.
La gran ciudad y la coqueta villa se unen hermanas, por varios puentes, pero desde mi condición de pez, no puedo evitar saltar del agua para intentar alcanzar el fabuloso Puente Luis I, del siglo XIX y buen ejemplo de la arquitectura del hierro. No me conformo con alcanzar la plataforma inferior, quiero subir hasta su parte más alta para contemplar, como gaviota, el río que me dio la vida. Y así, siendo pájaro, vuelo hasta el puente de María Pia, construido por Gustave Eiffel y considerado monumento nacional.
Vuelo por la ciudad, sin alejarme mucho de mi río, que me indica el camino al mar, y me poso cual gárgola medieval en las almenas de la románica Catedral-Fortaleza. Muchos cambios ha sufrido este templo de la fé cristiana desde que se construyó, allá por el siglo XII, pero aún impresiona, en esa gran plaza formada por el inmenso Palacio Episcopal, una coqueta torre-fortaleza y la Sé donde me encuentro. En el centro de la plaza se sitúa un Pelourinho neopombalino, cuyos escalones invitan al viajero a descansar, a observar sosegadamente tal cantidad de buena arquitectura. Y claro, no puedo evitar volar hasta esta picota portuguesa para rodearme, empaparme de arte y cultura.
Bajo al suelo y al instante salgo corriendo velozmente, nervioso, histérico, callejeando por el Barrio de la Catedral, yendo de un sitio a otro, sin destino fijo, pasando por la Iglesia dos Grillos, por la de Santa Clara, por infinidad de estrechas ruas, hasta que me quedo quieto, inmóvil en el vestíbulo más bello del mundo. Soy un ratón y me encuentro en la Estación de Sao Bento, donde el gran trasiego de viajeros hace que me sienta más pequeño de lo que soy. Los soberbios azulejos que recubren las paredes de esta estación de ferrocarril, cuentan hermosas historias portuguesas, pero solo al viajero que tenga tiempo e interés, de comprender con su mirada, el pasado de todo un país.
¡Mi vida peligra! Me han descubierto, en un rinconcito, tan indefenso, trato de escapar de la gente, corriendo, saltando por las escaleras de la entrada, conviertiéndome en paloma… Y vuelvo a volar. Y vuelvo a ver esta ciudad desde el aire. Y vuelvo a soñar.
Me despierto en todo un símbolo para Oporto: estoy en la Torre de la Iglesia dos Clerigos, barroquísima, del siglo XVIII y guía para barcos y personas desde su construcción. Sus 225 escalones y sus 76 metros de altura, la hacen la más alta de Portugal, y desde su campanario se admiran las mejores vistas de la ciudad. Panorámicas que cortan la respiración, que muestran una ciudad milenaria, cargada de historia, cargada de vida.
Y vuelo de una torre religiosa a otra civil, de menor tamaño claro, con un reloj, y que corona la Cámara Municipal. El ayuntamiento de Oporto, construido a principios del Siglo XX, preside el grandioso espacio que forma la Avenida dos Aliados, la gran calle de la ciudad.
Salgo de la casa consistorial a toda prisa, mis oídos van a relajarse con un concierto de música, clásica por su puesto. Pero no sólo mi sentido del oído va a disfrutar, ya que mis ojos admirarán el Salón Árabe del Palacio da Bolsa que, aunque algo recargado, es el mejor lugar para que un madrileño como yo, deje volar su imaginación al son de la música.
Después del gran concierto, mi sentido del gusto me pide un regalo, y se lo doy en el Café Majestic. No hay en el mundo un lugar como este. Tan auténtico, tan acogedor, tan bello. Y el placer de saborear un café aquí, se hace pecado, mientras leo una novelita de Saramago que compré en la Librería Lello. Y así, fusiono el templo de la literatura con el de la tertulia, mientras comparo Oporto con mi Madrid del Alma, y me doy cuenta que no se a cual del estas grandes cuidades puedo ceder mi corazón.
 
                                                         juanma
 
Podeis ver más fotos en el Álbum Portugal verano’07
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3 respuestas a Oporto: calles, agua y viento.

  1. Fenix dijo:

    El año pasado, estuve de vacaciones en Portugal, fueron unos días inolvidables.
    Un abrazo

  2. Claudia dijo:

    Pues que ceda a ambas, que las dos valen perderse en ellas!
    Brindo con una copita de oporto a tu salud!
     
    Besos desde mi paraíso
     

  3. jorge dijo:

    Buenas tardes juanma.
     
    Mira buscando y buscando informacion sobre estilo de la capilla del Hospital de la pasion de Ciudad Rodrigo,llege hasta aqui.
    Tuve la suerte de viajar este fin de semana a Toledo,Avila y Salamanca.Terminando el viaje,acercandonos a ver Ciudad Rodrigo.
    Un Lugar sin duda para visitar y recomendar a la gente.
    No se si me podras ayudar con una duda.De arte la verdad que no tengo ni idea jaja soy de ciencias.¿Sabes de que estilo es la iglesia que hay en el hospital de la Pasion?Pensaba que seria Romanico,una compañera de ese fantastico viaje,me dice que ando equivocado,jajaja si que como no me puedo quedar con la duda,me ves aqui escribiendote,con la esperanza de que se resuelva.
    Mientras seguire navegando por internet en busca de respuestas.
     
    Gracias!!

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